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Emiliano García, de 63 años de edad y oriundo de Sonora, muestra su amor por María Silvia, su pareja. “Nuestras  mejores experiencias han sido cuando hemos ido a acampar a Sequoia National Park, Lake Tahoe o los viajes a Las Vegas”, dijo él.
Emiliano García, de 63 años de edad y oriundo de Sonora, muestra su amor por María Silvia, su pareja. “Nuestras mejores experiencias han sido cuando hemos ido a acampar a Sequoia National Park, Lake Tahoe o los viajes a Las Vegas”, dijo él.
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Hasta los 45 años de edad, María Silvia Pantoja había sido una mujer completamente sana, hasta que un día le detectaron un cáncer de seno que no le fue extirpado del todo y la quimioterapia que recibió mediante pastillas tomadas durante un año y medio le provocó cuatro úlceras estomacales que la tuvieron al borde de la muerte.

El diagnóstico médico de la cirrosis que padece María no es alentador. Le dieron un año de vida, a partir de diciembre de 2016.

Pero ella, aunque nunca fue a la escuela y conoce poco de religión confía en la palabra de Dios.

“El único que dice la última palabra es Aquel que está allá arriba”, indica con su dedo meñique, apuntado al cielo.

A los 57 años de edad que cumplió este 23 de marzo, María, nacida en Gómez Palacio, Durango, ve que la muerte se acerca no como algo desagradable, sino como el encuentro definitivo con su creador.

“Tengo todo lo que yo quiero”, dice en medio de la tranquilidad de su hogar, en Anaheim. “Ya no me hace falta nada; tengo a mis hijas y a Emiliano, un hombre que me supo valorar”.

A raíz de la detección del cáncer de seno, María recibió 36 radiaciones. No le aplicarían quimioterapia, sino que tomaría por un año y medio Tamoxifen. Tamoxifen es un medicamento que se usa para prevenir la recurrencia del cáncer de mama.

Dice que comenzó a sentirse mal. Las piernas se le hinchaban. Lloraba en la autopista cuando manejaba e iba al doctor o cuando trabajaba frente a su máquina de coser en casa.

“Los doctores no me hallaban nada”, cuenta.

En octubre de 2012 fue a parar de emergencia al hospital. Sintió nauseas. Fue al baño, defecó y vomitó sangre de color negro. Todo le daba vueltas y llamó a su hija Gabriela y a Emiliano, su pareja.

Sin seguro médico

En un hospital de Anaheim le controlaron el vómito. Pero ella se estaba desangrando. No la atendían porque no tenía Medical.

“No la querían ver, hasta que no consiguiéramos $2,800”, cuenta Gabriela. “Hasta entonces le dieron la transfusión de sangre”.

María estuvo una semana en terapia intensiva. Antes de ser dada de alta le dieron la noticia: padecía cirrosis.

“Está viva de milagro. Tiene tres hoyos en el estómago. Son úlceras grandes”, dijo un doctor. “Yo no sé cómo es que está viva…eso que tiene es para que ya estuviera muerta”.

María no acepta que el final de su vida puede llegar.

“Es Jesús el que manda”, afirma. “No me he visto ya tan mala porque mis hijas me cuidan; ellas han sufrido junto conmigo. Yo digo: Señor tú sabes hasta cuando me vas a tener [con vida]. Ya no me queda tanto [tiempo]”.

Ayuda indispensable

Esta mujer ya no puede trabajar. Recibe cuidado y atención profesional, gracias a la Fundación para Hospicios del Sur de California (SCHF), establecida en 2002 para promover el conocimiento de opciones de cuidados paliativos para niños y adultos terminales y ayudar a mejorar la calidad de vida de aquellos que están al final de su vida.

“Generosas donaciones apoyan nuestros programas que están diseñados para atender física y emocionalmente al bienestar de cada paciente”, dijo Michelle Wulfestieg, directora ejecutiva de SCHF. “Cada persona se convierte en parte de un esfuerzo compasivo que se centra exclusivamente en la calidad de vida en lugar de la cantidad de días”.

De hecho, Excélsior atestiguó el alivio que sintió María cuando Wulfestieg le informó que la factura de electricidad por más de $460 que debía ya estaba pagado.

Además, le entrego dos vales por $500 cada uno para que compre comida y ropa.

Gabriela Pantoja cuenta que una doctora les había recomendado que su madre fuera recluida en un hospicio.

Rechazaron la propuesta de una doctora, debido a que su hija Jocelyn es voluntaria en uno de esos lugares y le informó que no atienden bien a los pacientes ni les brindan un trato humano.

“De forma cruel, la doctora hizo un gran esfuerzo para hablar español y que mi mami la oyera. Nos dijo: Es que ella ya se va a morir; ella no tiene remedio, no debe estar aquí, en el hospital”, expresó. “Y preguntó ¿Si acaso le da un infarto y muere, también quiere que la resucitemos? Eso es muy doloroso, y aparte de lo que sufre con el hígado va a quedar peor. ¿Así quiere vivir, si se le llegan a fracturar las costillas?”

“Nosotros queremos cuidarla en sus últimos días. Si la mandábamos se nos moriría de tristeza”, dijo Gabriela. “Por eso nos rehusamos”. Ella viaja a cuida a su madre desde Moreno Valley, tres días por semana.

Mi mamá es mi todo

Y añade: “Mi mamá es mi todo, es mi orgullo”, dice Gabriela. “La Biblia dice que nada es imposible para Dios; la oración es muy poderosa y cuando dos o más se unen en oración, ahí está él; hemos visto mejoría en mi madre y nosotros confiamos en Dios”.

María, quien vivió una vida llena de sufrimientos. Sus padres la enviaron a trabajar como empleada doméstica desde pequeña.

Fue abusada sexualmente por el padre biológico de sus hijas, a quien Celia, María del Pilar y Gabriela no conocieron. El hombre no les apoyó nunca y apenas podían comer frijoles sopa todos los días.

“Nunca pudimos siquiera comer un huevo”, recuerda María. Y llora sus memorias.

Pero no ella no se da por vencida.

Debido a la cirrosis rebajó 58 libras y apenas pesa 142. Un enfermero de SCHF la atiende personalmente en su casa. Ha sido dotada de una cama y una silla especial para ducharse y aparatos para caminar y no perder el equilibrio.

“A veces me siento mal físicamente; me da mucho sueño”, dice María. “Pero espiritualmente estoy bien, porque tengo mucha fe. Me he agarrado de la mano de Dios y él me escucha. Yo no pienso en la muerte…aunque mi último deseo es estar con mis hijas, así como estoy ahora”.